Los niños-indios
rodearon
la cruz.
Habían hecho el largo camino
a la capital.
En el trayecto, mamá-india les contaba
la forma de vivir del blanco.
De sus rucas altas. De sus máquinas que roban
el tiempo y de sus templos de adoración.
Los niños-indios
contemplaron enmudecidos
esa gran cruz
tan alta como la montaña
plantada ahí,
a la entrada de la ciudad.
¿Qué frutos dará?
Comentaron.
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