¿Qué tenemos? Una máquina. Unos fierros. Un motor con una capa tan fuerte de óxido que parece un enjambre millonario de polvo metálico adherido a la matriz.
Yo jugaba antes. De todos era el mejor. Sabía robar con delicadeza y usaba la cortesía burguesa en contra de lo que más odiaba: la burguesía.
Mi juego nunca tuvo jugadas magistrales. Soy un jugador de excelente técnica pero sin grandes gambetas ni jugadas maradonianas. El rito topaba con la inocencia. La astucia vestía de niñez y el zarpazo de fiera. Conozco menos de mí que cualquier hombre que se oye. No me busco. Debilito esa posibilidad por el deseo de verme escapista de mí mismo. Necesito no conocerme para que el asombro visite y torture mi tedio. Un hombre enojado de reír tanto. Un plagio elegante de la fragilidad y un bumerang filoso degolla templos.
Nunca supe de mí más que mi nombre: Van-Rá. Tan cerca de dioses inflamados que orinan incendios como leche quemada.
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