Nosotras somos mujeres extrañas pensaba Valeria.
Sabíamos escuchar como un paño de lágrimas a todo animal en pena y odiar a coro.
Acostumbrábamos tomar oncecita entre todas con una cucha pal té, y algo para el pan.
A nadie del club le calza que él haya cometido los crímenes de esas mujeres.
De hecho, las noches que bebíamos con él, nadie lo entusiasmó con sus cuentos de terror y muerte; él bostezaba y callaba. Ser alguien muy importante no estaba en su libro. Era un pobre diablo que sufría una suerte de injusticia. Su semblante era de una timidez de agredido.
Mañana lo enterraremos junto a Alfonso Alcalde. Es una coincidencia aunque él sabía muy bien quien era Alfonso Alcalde.
La madre de las víctimas asegura haberlo visto merodear el barrio días antes.
Un vecino dijo en la prensa que él las acosaba y las chicas usaban estrategias para salir del edificio sin ser identificadas.
Los cuerpos aparecen descuartizados.
Las muchachas torturadas salvajemente.
A él lo encontraron colgado de un árbol en el mismo sector donde encontraron a los cuerpos.
El caso quedó cerrado.
Nosotras lo acompañaremos en su funeral porque averiguamos que no tiene familia en Tomé.
Pienso que alguna de nosotras le preguntará mentalmente por qué lo hizo. Por qué se suicidó.
Yo, piensa Valeria, le voy a comentar sin alevosía que ellas se lo merecían. Y que nos perdone por no haber advertido sobre sus sentimientos imposibles. Que si lo hubiésemos imaginado, tal vez otro gallo cantaría.
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