Seguramente pasaremos toda la noche en lo mismo y lo mismo es una tecla de piano que imita un gemido venido en una ola nocturna.
Quien sabe si pueda seguir adelante después de este largo recorrido.
Una nunca sabe donde la micro detiene su andar destartalado y te ofrece la pisadera para echar andar sus engranajes y marcharse. Y tú, tirada en una larga carretera de polvo en un campo semi árido tentada a llorar de rodillas.
Las mochilas no aguantan esa carga. La que cogímos a los 15 y juramos no soltar nunca hasta que los años te muestran en el espejo-juicio lo que queda de tí y tú belleza morena surcada de valles transversales.
A lo lejos de este paraje, se deja intuir entre las lomas una casita de campesinos y me entra una desesperación tan grande que me gustaría ¡dejarte!; ¡abandonarte! a tú puta suerte y entrar en las frazadas de aquel hogar y tomarlos a todos por mi familia y abrazarlos y besarlos y gritar de alegría y ver y sentir que ellos también así lo sienten, pero no será así.
Tengo la tecla gritando y tú silencio mal intencionado corrompiendo la frágil unidad.
¡Soy una cobarde!, una ¡maldita puta cobarde! y tú rostro mañana, me someterá tú discurso de fuerza y lágrimas, (animal) que no me quedan.
Estoy harta de viajar a tú lado como perra callejera y abrir las piernas para que entren todos los hombres que te dan de comer. Usaría la misma fuerza bruta de sus metidas para lancerarte la cabeza y verte vomitar tus últimas imágenes, ¡perro abusivo!.
He sentido tanta fuerza de matarte ¡bastardo!, que DIOS ha dejado de creer en mí porque su iglesia no podría levantar nuevas leyes con ejemplos tan poderosos, tan incendiarios que soy, así, vista como una mujer; la costilla de este animal que me usa, de este pedazo de carne que camina, caga y mea consumiendo la energía de 2600 millones de flores por crecer.
¡Te tengo un odio hijo! : ¡te tengo un odio hijo de puta!, que cuando me tomes de las orejas arrancándome gritos de dolor y me sometas a tú miembro borracho, lo morderé y te recordaré todos los femicidios de la historia humana, ¡cabrón!.
Seguramente, ¡maldito hijo de perra!, cuando te hayas bien muerto y podrido en un pedazo de tierra inerte con tú ácido de cuerpo, seguramente, animal ¡fálico de mierda!, ¡ya!, los libros no tendrán dandy- escritores capaces de radiografiar tu enfermedad degenerativa y nadie, nadie, registrará ni siquiera, como me hiciste sufrir y cuán alejada de aquella ola que arrastra el sonido de esa tecla (que no pude jamás con ella) y que siempre me dejaba llorando con el cuchillo en alto mientras dormías borracho, diciendo: ¡Te amo, Maricón!; ¡no puedo vivir sin ti!.
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