"Yo no pongo mi ignorancia en un altar y le llamo dios" Mikhail Bakunin


lunes, 24 de noviembre de 2008

¿QUÉ TENEMOS AQUÍ?

¿Qué tenemos? Una máquina. Unos fierros. Un motor con una capa tan fuerte de óxido que parece un enjambre millonario de polvo metálico adherido a la matriz.

Yo jugaba antes. De todos era el mejor. Sabía robar con delicadeza y usaba la cortesía burguesa en contra de lo que más odiaba: la burguesía.

Mi juego nunca tuvo jugadas magistrales. Soy un jugador de excelente técnica pero sin grandes gambetas ni jugadas maradonianas. El rito topaba con la inocencia. La astucia vestía de niñez y el zarpazo de fiera. Conozco menos de mí que cualquier hombre que se oye. No me busco. Debilito esa posibilidad por el deseo de verme escapista de mí mismo. Necesito no conocerme para que el asombro visite y torture mi tedio. Un hombre enojado de reír tanto. Un plagio elegante de la fragilidad y un bumerang filoso degolla templos.

Nunca supe de mí más que mi nombre: Van-Rá. Tan cerca de dioses inflamados que orinan incendios como leche quemada.

LA PICHANGA

Siempre que sentíamos el temblor del tren, deteníamos la pichanga y despedíamos a los pasajeros con nuestras manos alzadas. Éramos cinco contra cinco en la cancha polvorienta. Solemnes.

SEGUNDO TIEMPO

El sábado pasado murió la señora Elvira. La señora Elvira fue la tía Elvira. La madre de nuestros amigos Quique, Wlamir, Dimitri, Odet y Toñi.

Una Mujer Maulina.

La velaron en la pequeña capilla de nuestro barrio, de nuestro mundo, de nuestro planeta.
Acompañamos a los hermanos Silva Rodríguez el fin de semana.

El lunes a las cuatro de la tarde, llegamos al cementerio de Coronel.

Enrique Silva; el gran jugador del Lota Schwager, le hizo un amague a su esposa Elvira y luego un rinconcito en su nicho para acariciarla de nuevo. Dos amores juntos.
No Hubo ceremonia en el cementerio. Solo Silencios.
Observamos con tranquilidad petrificante como dos sepultureros hacían la mezcla de cemento y fueron levantando el muro ladrillo a ladrillo.

Cuando faltaba el último ladrillo…se sintió a lo lejos, una hinchada celebrar un gol.

CAJITAS

Una cajita de lata mira a otra cajita de cartón. La cajita de cartón está junto a una cajita de plástico. Ésta mira como se divierten dos cajitas de hojas de cuaderno arriba de una cajita de dulces. La cajita de dulces está vacía y por lo tanto triste. Sueña con ser una cajita de chocolates y su mamá cajita de merengues, la observa desde el refrigerador que no es más que una gran cajita de metal. La mamá cajita de merengues sabe del dolor que lleva su hija la cajita de dulces vacías y su sueño de ser cajita de chocolates. Siempre le aconsejó de olvidar su sueño. Las cajitas de chocolates son de otra clase, le decía.

Las cajitas se durmieron. Un mal sueño. Todas atrapadas en una gran caja.

Por la mañana bruscamente fueron destapadas, desnudadas.

Dicen hoy las cajitas ancianas, que ese día, una pequeña niña, las llenó de juguetes.

LA CHEPA

No sabe su nombre, no sabe leer, no sabe escribir, no sabe sumar ni restar. No es ciudadana, no sabe que es género. Apenas habla, ha parido tantas veces como bosteza. Pide pan, monedas, roba y lo chupa por gamba. Es borracha, le gusta el neoprén, duerme en la calle.

La violan, le pegan, la humillan.

Es fea, horriblemente fea; niña-vieja, le faltan dientes, es chica y potona.

La Chepa tiene 17 años y tiene SIDA.

Hace unos días, mientras llovía torrencialmente, me la encontré aferrada a las puertas de la parroquia de Coronel. Las puertas estaban cerradas. Le pregunté qué buscaba- y me dijo:
- ¡Ir al cielito!.